No hay duda, que el grito clamoroso de la juventud reviente como fruta madura un movimiento y que este tenga influencia, no solo a nivel ropa, está acompañado por modismos en el habla, las conductas, los deportes extremos y la música.
Por supuesto, esta rebelión no fue creada precisamente para hacer rodar el circulante, pero ojos observadores lo llevan a la vidriera o pasarela y de esta manera, despojada de la esencia con que fue creada se convierte en “moda”.
A comienzos de los 90’, con restos de movimiento Punk, nació en Seattle, Estados Unidos, el Grunge. Esta tribu se rebeló contra la sociedad de consumo y reafirmo su identidad con un estética que rozaba lo pordiosero, con ropas adquiridas en casas de caridad.
El autentico Grunge, se vestía con prendas de talles más grandes o más chicos del correspondiente y una gran superposición de prendas y texturas.
La lectura del look cotidiano de una chica Grunge de los noventa seria así: vestido largo estampado liberti, debajo polera, calzas, medias de lana, Botines de gruesas suelas de goma, arriba saco muy grande forrado con corderito, bufanda tejida extremadamente larga, guantes y boina.
Pero este vocabulario de la indumentaria no se remite solo a la ropa, incluye, el peinado desprolijo, el maquillaje corrido y el andar desastrado.
Esta tendencia transformada en moda fue conocida como el “Harapo Look” y el precursor fue el diseñador Belga Martin Margiela, que baso su colección en la recuperación de viejas prendas de lana, matelaseados, franela, tul y costuras a la vista. La impronta artesanal de Margiela jugó un papel importante en la introducción del Grunge en la moda.
En la Argentina, entro de manera más sutil y refinada en el año 1994 y a pesar de los años transcurridos, hoy se mantiene vigente en la diversidad de texturas, compose de textiles, costuras expuestas, en la combinación de prendas nuevas con usadas o la fusión de ambas en un creativo recicle vintage
Mary Capitani.
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